Campal, Boso, Castilejo
La escritura como idea y transgresión
Fernando Millán
[<] Poesía Experimental/Libros de Artista
Hablar de los años sesenta no está de moda. De hecho,
podría decirse, si nos dejamos llevar por una cierta
radicalidad, que "los años sesenta" nunca han estado de moda,
a pesar de que fueron unos años con una innegable
preocupación por todo lo público y una
vocación, casi obsesiva, por el mundo de la
comunicación. Pero los planteamientos radicales y
transgresores sólo pueden aceptarse públicamente en la
misma proporción en que dejan de serlo, se asimilan o agotan.
Y entonces ya no pueden ser, sensu stricto, moda. Y no nos
engañemos, los creadores de "opinión", los
dueños de los media, aprendieron muy bien en los setenta, que
no se debe publicitar, ni siquiera de forma negativa, ideas o
historias o personas, que no den un beneficio innegable al
stablishment.Y no digamos si les son contrarios.
Desde luego, si nos atenemos a los datos objetivos, las aportaciones
más innovadoras y transgresoras de los años sesenta
siguen activas, ya que sólo en parte han sido asimiladas en
los últimos cuarenta años, se han agotado o
están totalmente obsoletas. Una simple mirada a las historias
de la literatura española escritas durante estos años
nos deja ver que la idea que vertebra las producciones de la
poesía oficial es la del "realismo". Realismo, a veces, con
adjetivos, y otras veces, incluso algunas formas de antirrealismo.
Pero realismo al fin, con todo lo que ello significa de
desconocimiento de los caminos que la poesía del siglo XX ha
recorrido en sus autores más productivos. Y junto a esa
"vocación realista", su contraria, alternativa o a veces
complementaria: la línea intimista, subjetiva o
romántica (de lo cual, por cierto, el surrealismo es, en
cierto modo, una versión extremada pero versión al
fin).Los pocos estudiosos que se ocupan del fenómeno de las
"vanguardias"; o de alguno de sus autores, agrupados en proyectos
como Dau al set, "ismos"; como el Postismo, al tomar como referencia
al surrealismo francés (que en español hay que
traducir como sobrerealismo) se pierden también en el debate
estéril de la relación o dependencia entre el lenguaje
y la realidad, tanto en lo que se refiere a la poesía como a
la pintura o cualquier otra manifestación.
Esta permanencia de la "vocación realista" y de las
tendencias subjetivistas (racionales o irracionales, tanto da)
demuestran sin lugar a duda que las aportaciones fundamentales de
los sesenta aún no han sido consumidas, y por lo tanto
agotadas, salvo en sus aspectos más superficiales, como
tendremos ocasión de comentar. Esto es especialmente cierto
en el campo de la cultura, y más en concreto en el del arte,
la poesía y la música, que es donde los sesenta
hicieron su aportación más productiva.
Me adelanto a contestar a una posible objeción: "los
años sesenta, al no alcanzar sus objetivos (más o
menos utópicos), en realidad han fracasado pura y
simplemente", podrían decirme ustedes con una lógica
impecable.
Desde luego, podríamos pensar que lo que no triunfa, fracasa.
Pero hay otra interpretación aplicable a los planteamientos
utópicos o revolucionarios. Su triunfo y su fracaso hay que
medirlos por su permanencia, por su capacidad para no ser
descartados...Y en este sentido, los años sesenta, como los
años veinte, han seguido vivificando a las sociedades
europeas hasta hoy, a pesar de que -en ambos casos- ha habido
voceros interesados que han proclamado una y otra vez su muerte.
Los años sesenta, o su variante la "década
prodigiosa", han sido definidos sobre todo por su capacidad de
innovación, de cambio, de renovación en todos los
ámbitos de la sociedad. Creo sin embargo que sería
más adecuado utilizar el término "transgresión"
para comprender su alcance y significado. Transgresión, desde
luego, como ruptura o incumplimiento de las leyes, normas y
códigos. Pero más aún como superación,
replanteamiento o construcción de nueva planta de otras
leyes, normas y códigos. Siempre que oigo calificar a los
movimientos de vanguardia de los sesenta como "destructivos", me
siento obligado a recordar que, salvo algún caso aislado, no
estamos ante comportamientos nihilistas, puramente negativos o
adolescentes. Por el contrario, la destrucción, la
transgresión que se produjo en los sesenta y comienzos de los
setenta fue seguida de inmediato de una reconstrucción, de
una elaboración de nuevas fórmulas. Desde luego se
destruyó, se echaron abajo algunos edificios centenarios
(obsoletos y sin funcionalidad, por otro lado), pero fue para
edificar de inmediato, en los solares, nuevos edificios más
adaptados a la sensibilidad y a las necesidades de la época.
Centrándonos en el campo que hoy nos ocupa, vemos que desde
el simbolismo, a finales del siglo XIX, la poesía
había pasado a circunscribirse al universo del lenguaje.
Mallarmé llegó a decir que "la poesía se hace
con palabras, no con ideas...", para destacar esa nueva
visión. Las Primeras vanguardias profundizaron y ampliaron
este concepto, liberando los componentes del habla y de la
escritura: las palabras en libertad, la poesía
fonética, el collage dadaísta etc. son las
señales más destacadas de ese cambio sustancial.
En los sesenta-setenta esa liberación se completa y
amplía a todos los campos. Y la idea del lenguaje se
complementa con la de la escritura; y no como vehículo o
traductor, sino como organización autónoma y
autoreferente, como sistema de signos de la cultura, el poder, la
religión...Y se recobra la "idea" como componente fundamental
de cualquier planteamiento o producción creativa. Pero claro,
no la idea como contenido, según los viejos esquemas, sino
como forma, como una parte más del conjunto autoreferencial.
En efecto, desde finales de la Segunda Guerra Mundial, "la
escritura" en cualquiera de sus formas posibles -y a menudo
imposibles o impropias- fue ocupando todos los terrenos
tradicionales de la creatividad. La importancia de movimientos como
el letrismo” y la poesía concreta o Fluxus, y de
figuras como John Cage, no ha dejado de crecer en las últimas
décadas y aún mantienen un atractivo y una fuerza muy
considerables.
Los años sesenta, contra lo que repiten "de oído" las
versiones oficiales de la historia, no fueron años de
seguidismo, imitación ni epigonismo. Suelo hacer una
comparación para explicar la relación entre las
vanguardias de los años 20 y los movimientos de los sesenta:
el futurismo, Dadá, el surealismo etc. descubrieron un nuevo
continente. Después de la Segunda Guerra Mundial se
inició su exploración, y en los sesenta ese nuevo
continente se pobló y se desarrolló. En la
década de los sesenta, y en los comienzos de los setenta, se
pusieron las bases de un cambio profundo, radical, en el que
aún estamos inmersos, y sin duda lo vamos a seguir estando en
los próximos años del siglo XXI. Cuando hablaba hace
un momento de que los años sesenta no están ni nunca
han estado de moda, no me refería a su inactualidad o falta
de influencia. Mas bien al contrario: a pesar de las leyes
implacables de la Sociedad del Espectáculo, las líneas
de ruptura y transgresión de los sesenta no han dejado de
estar presentes en todos los terrenos.
Los tres autores de los que me ocupo en esta conferencia son tres
miembros destacados de la neovanguardia de los sesenta; al mismo
nivel, a pesar de ser españoles, que otros escritores y
artistas franceses, italianos o belgas. Y aunque las cosas que
tienen en común no son más que las que les separan y
les individualizan, forman parte de una misma historia. Y en cierto
odo, de una misma generación.
Los tres son fundamentalmente "escritores", aunque no en el sentido
tradicional de este término, sino en el que toma forma a
partir de los planteamientos del letrismo y de la poesía
concreta y las distintas corrientes racionalistas o estructurales, y
las tendencias irracionalistas que dan lugar al nacimiento del
happening, Fluxus, etc. En definitiva, forman parte de lo que con
los años se ha conocido como el "arte conceptual", en el
sentido de que son autores que ven la escritura como una
concrección o materialización de las ideas, a la vez
que un instrumento objetivo de transgresión, cambio e
innovación. Julio Campal, Felipe Boso y José Luis
Castillejo tienen en común el plantearse el status del
escritor desde un punto de vista radical. Cada uno, desde una
tradición coincidente (la de las Primeras Vanguardias), una
formación diferenciada y una ideología en no pocos
puntos distante entre ellos, llega a un punto de confluencia en el
que defienden postulados que inauguran una nueva época, un
cambio sustancial en la historia del siglo XX.
Por un lado, el rechazo o puesta en cuestión de los elementos
simbólicos imperantes en la escritura desde su
aparición, y el replanteamiento de sus relaciones con "el
poder" y las distintas formas de trascendencia dominantes en las
sociedades occidentales; por otro, la aceptación de
mecanismos de azar objetivo, prácticas experimentales, etc.
hasta convertir la escritura en un "territorio liberado". Campal,
Boso y Castillejo nos dan testimonio, cada uno a su manera, de esta
experiencia sin precedentes en la historia de Occidente. En su caso,
iniciada desde nuestra propia cultura pero en sintonía con
las grandes líneas de cambio y renovación de los
países más avanzados. Es lo que podemos llamar la
"escritura como idea y transgresión".También se da en
los tres (aunque más marcadamente en Boso y Castillejo) un
dato llamativo: son autores sin rastro de surrealismo, al menos en
las obras conocidas hasta el presente (tal vez por su tiempo de
formación fuera de España). Justo lo contrario de
muchos autores de vanguardia en España en los sesenta y
setenta, en los que los componentes irracionales dejan ver
claramente el rastro surrealista. Los tres apuestan, de una forma o
de otra, por el racionalismo desde posiciones materialistas o
idealistas. Pero no un racionalismo monológico y realista,
sino más bien cercano a las formas desarrolladas por el
estructuralismo científico en psicología,
antropología y lingüística.
La vanguardia de la vanguardia
Julio Campal es un escritor que ha pasado a los manuales de historia
como un "poeta maldito" en la mejor tradición del siglo XIX.
Su vida más bien bohemia, y sobre todo su muerte accidental a
los 35 años, han fijado esa imagen. Para los que le conocimos
y tratamos, aun reconociendo su peculiar y autodestructivo
comportamiento durante un tiempo, lo que persiste, lo que le
individualiza es su claridad de ideas y su generosidad intelectual.
Esto es, una forma de plantearse la cultura como algo vivo y vital,
capaz de cambiar tanto al hombre como a la organización en la
que vive y se desenvuelve. Es el punto de vista de los hombres y
mujeres más respetados de las Vanguardias.
Y esto, en la España de los sesenta era no sólo una
novedad muy llamativa, sino también una oportunidad, para los
más jóvenes, de salir del aislamiento, la falta de
información y la pobreza cultural en suma. Una ocasión
impagable para encontrar a alguien que infundía respeto y
admiración, cuando las figuras con credibilidad y atractivo
intelectual, después del exilio y las persecuciones de la
postguerra, escaseaban alarmantemente.
Para los que no vivieron aquella atmósfera opresiva y cutre
de los años sesenta, es imposible comprender lo que
significaba una actitud como la que Campal encarnaba. Incluso para
los que la vivimos, el paso de los años la ha ido
difuminando, desfigurando en cierto modo, y sólo mediante un
esfuerzo podemos, de verdad, recordarla. Campal solía decir,
para justificar su comportamiento, que él, en Buenos Aires,
había sido discípulo y heredero de los
españoles que habían emigrado tras la Guerra Civil y
que había venido a España a devolvernos esa
tradición, esa forma de ver y hacer cultura y sociedad.
Este argumento, hay que reconocerlo, lo utilizaba Campal para que se
le perdonara su nacionalidad (uruguayo-argentina) en los medios
intelectuales, donde mucha gente pretendía descalificarle tan
sólo por eso. Campal, desde una ideología progresista,
considerándose "un ciudadano del mundo", no podía
comprenderlo. Y lo sufría en silencio. Esa misma mentalidad
de vanguardia, de generosidad intelectual y humana, le llevaba a no
preocuparse por la publicación de su propia obra. No es que
no la considerara digna. Antes al contrario, le dedicaba mucha
atención y trabajo. Pero su idea de la cultura y por lo tanto
de la poesía como algo colectivo ponía en primer
término su actividad informativa y de promoción (lo
cual dio lugar a que le calificaran de "divulgador".
Para Campal, la relación teoría-práctica era
imprescindible. Aunque en esos años, cuando él llega a
España procedente de París (comienzo de los sesenta),
el modelo de poeta imperante (tanto para la izquierda como para la
derecha, no nos engañemos) era el “romántico”,
él no tuvo inconveniente en presentarse como especialista,
crítico y organizador. Por ejemplo, era un profundo conocedor
de la poesía de Juan Ramón Jiménez y
dictó varias conferencias para defenderla, calificando al
autor, en los momentos más anti-juanramonianos, como "el
poeta más importante del siglo". No hay duda de que Campal
tenía, ya desde el primer contacto con la cultura
española, una vocación de agitador, sin miedo al
escándalo. Con todo, la obra fundamental de Campal, la que
sin duda ha tenido más repercusiones, es la de
Problemática-63. Este aula fue creada en 1962 por un grupo de
jóvenes artistas en la sede de la delegación
madrileña de Juventudes Musicales. En aquel semisótano
de la calle San Bernardo (en un edificio que entonces alojaba el
Conservatorio de Música) Campal organizó su base de
agitación. Por un lado empezó a editar una revista
ciclostilada en la que publicó textos fundamentales de las
primeras vanguardias, junto a poemas de numerosos poetas. Entre
ellos, una traducción de Manolo Viola de varias obras de Joan
Brossa.
Además de la publicación (de periodicidad incierta),
Problemática funcionaba como un seminario que una vez a la
semana realizaba un acto público, ya fuera un recital o una
conferencia. En 1963, a los pocos días de su muerte, en
Problemática se realizó el único acto in
memoriam por Tristan Tzara en España...
En 1965, tras conectar con los poetas concretos brasileños, y
con Pierre Garnier, Campal inicia la labor de información y
promoción de los movimientos de neovanguardia de los sesenta.
Es su etapa más conocida y publicitada. En los siguientes
años, hasta su muerte, el 19 de marzo de 1968, Campal se
dedicó a estudiar los nuevos planteamientos, a darlos a
conocer mediante conferencias, audiciones, visionado de
películas, artículos y exposiciones colectivas. Y al
mismo tiempo, vivió una intensa evolución creativa
durante la que realizó sus poemas combinatorios, y a
continuación sus caligramas.
Los caligramas fueron el producto de un planteamiento experimental
muy consciente. La relación entre los componentes gestuales e
incluso caligráficos de la escritura, junto (o frente a) la
escritura tipográfica, y de forma especial, la
tipografía de un determinado periódico. Todo ello
relacionado mediante la práctica del azar objetivo.
En el momento de su muerte, apenas un mes antes de mayo del 68,
Campal estaba viviendo una etapa muy productiva en todos los
terrenos. Aparte de los trabajos creativos, y los proyectos para
crear un centro de arte experimental, estaba liderando un proyecto
para la IBM, en colaboración con Eusebio Sempere, y al cual
habían invitado a Cristobal Halfter para diseñar una
máquina de "producir arte". Estaba muy ilusionado, porque era
una ocasión excepcional para poner en práctica ideas
como la de la participación del público en el arte, la
productividad objetiva de los sistemas de signos etc. Su
desaparición significó el fracaso definitivo del
proyecto.
La obra poética y plástica de Campal, lo que
habitualmente llamamos "obra creativa", tiene en sí misma una
entidad y una fuerza que la mantienen viva y atractiva. Sin embargo
no deberíamos aislarla, separarla, del conjunto de las
actividades, ideas y propuestas de su autor. Este principio, que
debería aplicarse a todos los artistas del siglo XX, es
especialmente adecuado para los hombres y mujeres que apostaron por
la vanguardia y la experimentación. Porque aunque se defienda
la materialidad de la escritura y del discurso ("en el fondo
sólo hay forma", decimos) no puede hablarse propiamente de
formalismo. En la conferencia inaugural de la exposición
Poesía de vanguardia en la galería Juana Mordó
(Madrid, junio 1966), Campal defendió su punto de vista
diciendo que "El arte de nuestro tiempo se hará por la
unión de todos nuestros esfuerzos, nunca de forma
individualista".
Creo que, con este breve repaso a la vida y obra de Campal, podemos
admitir que no fue un "poeta maldito" ni mucho menos. Aunque su
muerte fue, sin duda, una maldición para la poesía de
vanguardia. El reconocimiento de Campal, de su obra y de sus ideas,
a pesar de los 32 años transcurridos, sigue creciendo. Muchos
fuimos sus herederos inmediatos, y muchos más lo han sido y
lo son aún, porque su herencia fue la de la libertad. Algunos
hemos reconocido esa deuda y estamos dispuestos a pagarla, dentro de
nuestras limitaciones. Otros la han negado, insultando de paso al
poeta desaparecido, con la esperanza de que sus insultos encubrieran
su falta de calidad humana e intelectual. No lo han conseguido.
Porque afortunadamente, la sociedad española camina desde
hace años hacia comportamientos que exigen cada vez
más unas bases éticas firmes. Campal estaría
feliz, porque para él la vanguardia era, en primer lugar, un
compromiso ético. Era su forma de estar en la vanguardia de
la vanguardia.
Llamar a las cosas por su nombre
Felipe Boso fue el nombre que Felipe Fernández Alonso, nacido
en Villarramiel de Campos (Palencia) en 1924 y muerto en Bonn en
1983, utilizó para su actividad en el mundo de la literatura;
además de poeta, fue traductor y crítico.
Felipe Fernández Alonso se licenció en
Geografía e Historia en Santiago de Compostela, y
estudió Filosofía en la Complutense. A
continuación se marchó a Alemania a doctorarse en
Geografía. Allí contrajo matrimonio, tuvo tres hijos,
no finalizó nunca su doctorado, y ya no volvió a
España salvo en vacaciones. Llevado por las necesidades
económicas y por su vocación, se dedicó al
periodismo cultural y a la traducción. Tradujo tanto autores
alemanes al español como autores españoles al
alemán.
En 1970 la editorial La isla de los ratones de Santander
publicó su libro T de trama. En la contraportada, redactada
por el propio Felipe, se afirma: "Tras una larga entrega a la
investigación, abdica de ella y da rienda suelta a la
más pertinaz de sus vocaciones: la de escritor".
En ese momento tiene 45 años y una buena posición
social y profesional. Desde ese año hasta su muerte en 1983,
dedicará un esfuerzo notable a su vocación de
escritor, y además a promocionar a los autores
(españoles y alemanes) con los que coincide, o a los que
admira. Puede decirse, en cierto modo, que después de Julio
Campal, Boso fue, desde su residencia alemana, un organizador
fundamental para la poesía de vanguardia en España. Su
actividad incansable y su bonhomía permitieron la
realización de empresas comunes más allá de
diferencias, disputas y peleas, tan típicas por otro lado en
una actividad que pone, por encima de todo, la libertad
(especialmente la de opinión). Hasta su muerte, Boso fue una
referencia constante para todos los que seguíamos trabajando
y para las nuevas generaciones que se incorporaban a la
experimentación poética. Su desaparición,
también como en el caso de Campal, fue un verdadero desastre,
una desgracia irrecuperable. Boso no fue nunca un líder, un
dirigente, pero desde la amistad, supo aunar voluntades y trabajar
en beneficio de todos.
Felipe Boso, por su larga permanencia en Alemania y su dominio de
los idiomas cultos, conoció de primera mano la obra de los
padres alemanes de la poesía concreta. En ese sentido, su
poesía siempre conservó un cierto aire concreto. Su
evolución, sin embargo, fue muy rápida. Desde los
poemas discursivos, aunque ya muy sintéticos, recogidos en T
de trama, que conforman una línea inconfundible en Boso,
aunando el lirismo y la experimentación, hasta sus
producciones plásticas de los ochenta, en las que los
componentes semióticos se han interiorizado y depurado en
estructuras muy eficaces; su recorrido es arquetípico en la
poesía experimental.
Con todo, en el conjunto de su obra, Boso utiliza constantemente
mecanismos reveladores: tanto en los poemas discursivos como en los
ideográficos, en los emblemas o en los textos
semióticos, introduce , mediante un giro inteligente, un leve
cambio que todo lo ilumina con una nueva luz (la de la
poesía, solemos decir). No hablo, desde luego, de ingenio sin
más o de humor, que a menudo aparecen mediante mecanismos
paralelos; aunque para la vanguardia, la poesía no es
sólo la "poesía lírica" de los
románticos.
Recordemos, a título de ejemplo, su poema de la lluvia, que
consiste tan sólo en la puesta cabeza abajo de la "i". Por
cierto, que un nuevo portal de internet, "Inicia", ha copiado la
idea.
Este procedimiento lo ejemplificaba Boso en una de sus
"poéticas", diciendo: Hay que"Llamar a las cosas por su
nombre: cosas".
Porque él consideraba que las lenguas y, en general, todos
los sistemas de signos estaban llenos de contradicciones las llamaba
"impropiedades" y que la función del poeta siempre
había sido descubrirlas, poner en evidencia esa impropiedad.
Un breve poema les hará comprender mejor que mis palabras
esta idea:
"tu yo / es tuyo / su yo / es suyo / mi yo / en cambio / no /
es / miyo / ¿de quién / será / mi yo?."
Geógrafo de formación y escritor de vocación,
Boso unió los dos mundos en una serie de trabajos. El
más conocido es el recogido en su libro La palabra islas. En
él se enfrenta a una dificultad libremente elegida.
Recordemos que, en la vanguardia, y especialmente en la
experimentación (en cuyos planteamientos Boso creía,
aunque fuera con reparos), el tema, el contenido, es algo
sospechoso, casi demoníaco. El principio de que "el
significado sigue a la forma", basado en los estudios
semióticos y en la propia experiencia del arte del siglo XX,
es desde hace mucho tiempo un lema que nadie se atreve a discutir.
A pesar de ello, Boso elige las islas del planeta Tierra como
materia poetizable, mediante la relación
nombre(palabra)-imagen tipográfica, e imagen física
(perfil) o icono de las islas. Con estos elementos tan
básicos, "...pone en pie una aventura ni imaginaria ni
descriptiva, sino textual", según se dice en la contraportada
del propio libro, editado poco antes de su muerte.
Otro libro, este editado póstumamente, recoge una parte
fundamental del trabajo de Felipe Boso. Les hablo de Los poemas
concretos, del cual yo preparé una edición en 1994.
Para entonces, cuando ya habían transcurrido más de
diez años de la muerte del autor, yo me sentía deudor
con él, de forma cada vez más dolorosa. Una idea no se
me iba de la cabeza: "si el desaparecido hubiera sido yo "me
decía, "Boso se habría ocupado, a buen seguro, de
editar alguno de mis –muchos- libros inéditos." Esa fue la
razón de que yo saliera de un exilio de la vida
pública, libremente elegido el mismo año de la muerte
de Boso.
Tengo que decir, en mi descargo, que si esperé once
años para editar este libro de Boso, fue, en cierta manera,
porque estaba convencido, sobre todo al principio, de que la
importancia de Boso como poeta llevaría antes o
después a que alguien imprimiera sus libros. Esto les da idea
de la gran carga de idealismo e inocencia que en los ochenta "la
década estúpida" aún conservaba yo.
Los poemas concretos no son, a pesar de su nombre, un libro de
poesía concreta propiamente dicha. Aunque posiblemente sea el
libro más "concreto" realizado por un español, es una
mezcla muy personal e intransferible, y por lo tanto heterodoxa, de
poemas discursivos, ideogramas, emblemas, tautologías, textos
semióticos... Aparecido en una editorial peculiar, hasta el
punto de que da la sensación de que no tiene voluntad de
vender los 3.000 ejemplares impresos, Los poemas concretos es un
libro
casi invisible. Como tantos otros libros importantes de los
últimos cuarenta años, condenados por los poderes
establecidos de la cultura, la propia dinámica de la Sociedad
del Espectáculo, viven en un particular infierno.
Afortunadamente, las llamas infernales mantienen el calor y el
brillo de Los poemas concretos, dotándoles de paso de un
colorido que, con el paso de los años, atrae cada vez
más.
La escritura no escrita
José Luis Castillejo es el nombre más habitual
utilizado como escritor por José Luis Fernández de
Castillejo y Taviel de Andrade, diplomático (alcanzó
el grado de Embajador de España) nacido en Sevilla en 1930.
Como en el caso de Boso, Castillejo inició su vida
pública como escritor ya en el inicio de su madurez, en 1967,
con 37 años.
Este comienzo se produce, según su propia confesión,
gracias al encuentro con Juan Hidalgo, que en 1964 había
creado el grupo Zaj en compañía de Walther Marquetti.
Hidalgo fue para él un "descubridor", o tal vez más un
"catalizador" que le hizo tomar conciencia de hacia dónde
debería dirigir su componente como escritor.
Porque en efecto, aunque Castillejo haya sido a lo largo de su vida
una persona con un interés fundamental en la
filosofía, y ello le haya llevado a elaborar toda una
teoría de la escritura y la comunicación, y haya
ejercido como coleccionista de arte contemporáneo y como
crítico y ensayista haya publicado textos básicos en
la historia del arte en España, él a sí mismo
se considera sola y únicamente un "escritor" en un sentido
limitado, casi utilitario: es "el que escribe".
Al igual que otros escritores y artistas de los sesenta, Castillejo
trabaja en una continua interrelación entre la teoría
y la práctica. Pero en su caso, la práctica, o
más bien la "experiencia" de la escritura, es lo
determinante, lo que da lugar a la teoría y no al
revés. Si en el arte, la literatura y la música del
siglo XX, la trayectoria personal de cada autor es definitoria y
fuente imprescindible para conocer y analizar su producción,
en el caso de Castillejo este principio es paradigmático.
La originalidad de Castillejo hay que relacionarla con la
originalidad, la diferencia de su biografía, aparte de los
componentes intrínsecos, puramente personales, que solemos
definir a partir de conceptos como sensibilidad, inteligencia,
perspicacia... Desde el año 59 en que fue nombrado secretario
de Embajada en Washington, la mayor parte de su vida ha discurrido
fuera de España. Para entonces ya había vivido varios
años en Francia y Argentina, acompañando a su padre en
el exilio político, y había realizado estudios en
Francia, Alemania, Inglaterra y USA.
Durante su etapa norteamericana inició su contacto con el
arte contemporáneo, que le llevó a iniciarse como
coleccionista comprando una obra de Antoni Tàpies, bajo la
influencia de su amigo el pintor Manolo Barbadillo. El siguiente
paso fue la crítica de arte que ejerció durante
bastantes años en la revista norteamericana Art
International, publicando ensayos sobre Jim Dine, Roy Lichtenstein,
o los españoles Tàpies y Genovés. En 1968,
estos trabajos se incluyeron en el libro Actualidad y
participación, editado por Tecnos, la editorial que
dirigía Enrique Tierno Galván.
El ensayo que daba título al libro es, visto treinta
años después, el trabajo más lúcido y
esclarecedor publicado por un español sobre el arte
contemporáneo, y de forma especial sobre la acción
como nueva forma de arte. El tiempo transcurrido, y a pesar de que
el propio autor (en función de su propia evolución
intelectual y artística) repudia este texto, no ha hecho
disminuir su potencialidad. Siempre que tengo ocasión, como
ahora, recomiendo su lectura para entender algo de lo que
sucedió en los sesenta. Para ese año tan
emblemático, me refiero al 68, ya había publicado
Castillejo sus dos libros de la etapa Zaj: La política (1967)
y La caída del avión en el terreno baldío
(1966). El primero es un libro de prosa que ha quedado, incluso
dentro del reducido mundo de la vanguardia y la
experimentación, en tierra de nadie, en una especie de limbo
crítico. A mí esta situación me recuerda la de
mi libro Prosae, al que yo considero mi producción más
redonda y elaborada y del que ningún crítico ni
historiador ha querido decir nada. Posiblemente, como diría
el propio Castillejo, en los momentos finales de la modernidad la
prosa experimental nos incomoda porque no nos deja lugar para el
dilettantismo. La política es el libro que más
relaciona a Castillejo con Gertrude Stein, su gran amor literario y
la fuente primera de su particular teoría de la escritura,
concretada en su libro La escritura no escrita, finalizado a
mediados de la década de los setenta pero no publicado hasta
1996.
El periodo de pertenencia de Castillejo al grupo Zaj es su etapa
más activa públicamente, participando en happenings y
asistiendo a acontecimientos internacionales. En 1966 asistió
en Londres al Simposio sobre Destrucción en Arte,
consiguiendo escapar de la policía, que se empleó con
mano dura con los artistas llegados de América y Europa,
gracias a sus contactos diplomáticos.Y fue testigo, en
Colonia, de como Num Jam Paik destrozó "literalmente" tijeras
en mano, la camisa del "maestro" John Cage. Sobre ello,
escribiría que el artista coreano no entendió el
significado de los nuevos rituales del happening "...quizá
por venir de un país subdesarrollado, cuando creyó que
todo estaba permitido...."
Aunque formalmente Castillejo nunca dejó de formar parte del
grupo Zaj, él reconoce que a partir de 1968 Juan Hidalgo le
apartó de sus actividades ante las diferencias surgidas sobre
la evolución y el significado del arte contemporáneo.
Porque si hay algo que Castillejo siempre ha tenido interés
en destacar es su alejamiento de cualquier forma de absolutismo,
fundamentalismo o literalismo. Justo lo contrario (esto lo digo yo)
que Hidalgo.
Para Castillejo, su obra emblemática es el Libro de la i,
aparecido en Suiza en edición del autor en 1969. En los
años siguientes publica dos libros más que pueden
considerarse como desarrollo de la forma de escritura concretada en
el Libro de la i. A partir de entonces, su evolución continua
y desemboca en lo que él empieza a llamar "la escritura no
escrita":
"Empecé queriendo buscar a la escritura y descubrí
tantas cosas que no podían ya aceptarse como tales, entre
ellas la propia escritura (escritura no escrita). Llegué a
una escritura impropia (escritura desplazada), pero no al
vacío, no a la página en blanco idealista de
Mallarmé, sino a los fundamentos de la escritura, a la
mancha, el grafismo, el material y a lo no escrito, a lo que ya no
es escritura. O mejor dicho, a lo que ya no parece serlo..."
Castillejo, siguiendo al que él considera su maestro, el
crítico norteamericano de arte, Clement Greemberg, considera
que las producciones artísticas tienen una especificidad
histórica y cutural, aunque no metafísica o absoluta.
Por eso se califica a sí mismo como "escritor de libros". En
La escritura no escrita hay una llamada continua al análisis
relativizador, como una crítica de lo dogmático, lo
absoluto, lo simbólico, lo nihilista, pero también lo
trascendente.
Castillejo no cae, desde luego, en un pirronismo: acepta el
conocimiento que viene de la experiencia y la posibilidad de que la
razón lo interprete y lo traduzca. Pero sin excesos: "El
idealismo creía en la pura página en blanco, en el
regreso a una inocencia originaria. Pero nuestra inocencia no puede
ser simple sino trabajosa, ganada con esfuerzo..."
La escritura no escrita, según confesión del propio
autor, fue escrita para dar un fundamento teórico a su obra
Un libro de un libro, que él mismo considera de
difícil realización, ya que "dada la poca capacidad de
nuestra época para el simbolismo, este último
sería mal interpretado e incluso confundido con un objeto
minimalista o fetiche."
Afortunadamente, José Luis Castillejo sigue en plena
producción. Jubilado desde hace unos años de la
carrera diplomática, pasa parte de su tiempo en USA y parte
en Madrid. En el 99 editó un nuevo trabajo: El libro de la j,
y ha escrito varios ensayos sobre el lenguaje y la escritura de
excepcional finura analítica.
Objetivos
Espero que los objetivos que me propuse en el momento de aceptar la
invitación para preparar esta conferencia se hayan cumplido,
al menos en parte. El primero, y para mí más
importante, era hablar de estos tres escritores relativamente
conocidos en algunos sectores, pero con una obra que permanece
desconocida, inédita en no pocos casos, a pesar de su
interés intrínseco y de su potencialidad. Lo cual es
una gran injusticia para ellos, pero sobre todo una verdadera
desgracia para nosotros. Espero haber despertado, al menos, su
interés por ellos. El segundo objetivo tiene que ver con la
necesidad que toda persona verdaderamente interesada en el arte
contemporáneo tenga, casi forzosamente, la obligación
de deshacer malentendidos, de dinamitar tópicos.
En 1925, en su célebre -aunque menos leído de lo que
se dice- ensayo La deshumanización en el arte, José
Ortega y Gasset señalaba que "...el arte nuevo tiene a la
masa en contra suya y la tendrá siempre. Es impopular por
esencia; más aún, es antipopular."
La verdad es que, en este punto, Ortega actuaba tan sólo como
notario de una actualidad, especialmente visible en el caso de una
sociedad como la española de los años veinte, tan
reaccionaria. Su interpretación era sesgada, pero a primera
vista, parecía fundada. Él, sin embargo, no se quedaba
ahí, y justificaba su afirmación: "...lo
característico del arte nuevo"..."es que divide al
público en estas dos clases de hombres: los que lo entienden
y los que no lo entienden." A continuación, Ortega expone una
vez más su conocida teoría del "hombre masa" incapaz
de comprender, en este caso, al arte nuevo, "...que es un arte de
privilegio, de nobleza de nervios, de aristocracia instintiva."
Es obvio que quien no entendía realmente el nuevo arte, era
el propio Ortega. O tal vez lo entendía, pero no estaba
interesado en entenderlo, sino en utilizarlo. Pero no por una
cuestión de inteligencia, entendimiento o sensibilidad. Su
problema era el "punto de vista": él permanecía en un
mundo tradicional, basado en códigos de trascendencia, poder
y valores establecidos. No podía comprender que los nuevos
artistas no proponían sólo una nueva forma de arte,
sino una nueva forma de vida.
Desde que Ortega escribió este ensayo han transcurrido 75
años, y la forma de valorar, analizar e incluso historiar los
movimientos de vanguardia ha pasado por distintas etapas, bastante
contrapuestas. Sin embargo, el distanciamiento y la
incomprensión de la mayor parte de la sociedad hacia el arte
contemporáneo se ha mantenido, e incluso podría
decirse que aumentado. Esto, naturalmente, no es achacable a una
sola causa, ni mucho menos es responsabilidad directa de nadie. Pero
por desgracia hay que reconocer que hemos sido los propios artistas,
en la mayor parte de los casos por ignorancia, interés o
falso entendimiento, los que hemos dado lugar a ese divorcio. No
hemos sido capaces de "vivir de otra forma" y hemos terminado
aceptando de las nuevas ideas sólo la cáscara, lo
más superficial.
Uno de los aspectos más distintivos de los planteamientos de
vanguardia de Julio Campal, que compartía desde luego con los
hombres más conspicuos de la poesía concreta, fue la
defensa de la simplicidad de la poesía frente a la dificultad
de los metalenguajes poéticos tradicionales, incluido el de
la llamada "poesía social", que por sus propias
características intrínsecas insistía Campal; no
puede ser comprendido por las "masas" a las que según sus
autores se dirige. Por el contrario, la poesía visual
más sintética y directa, que parte de los
códigos impuestos por la comunicación de masas,
podría ser recibida por la inmensa mayoría.
La cuestión central del arte, la poesía y la
música del siglo XX es la de la eliminación, o
atenuación al menos, de los componentes trascendentales de
las sociedades tradicionales. De ahí que la propuesta
utópica fundamental de las vanguardias, formulada
inicialmente por Rimbaud ("la poesía debe ser hecha por
todos") ponga el acento en la capacidad creativa de todos los seres
humanos, defendiendo una ideología niveladora y
democrática, justo lo contrario del aristocratismo de Ortega
y Gasset.
Sin embargo, la "profesionalización" de las vanguardias, que
se produce a partir de la aparición del surrealismo y que se
consolida con gran fuerza en los años cincuenta con el apoyo
de USA y los países occidentales a las distintas formas de lo
que se ha llamado la "abstracción" la imagen del artista
"genial", y la mitificación del arte por parte de los
críticos mediante el desarrollo de jergas que basculan entre
lo científico y lo místico etc., terminaron llevando a
la opinión pública al convencimiento de que el arte
más avanzado sólo es comprensible para unos elegidos.
O que simplemente, no significa nada. Con lo cual, algunos artistas
de vanguardia han pasado a pensar en cierto modo como el propio
Ortega y Gasset. Sin embargo, con ello deja a la propia vanguardia
en una posición incoherente y sin sentido. Afortunadamente,
no todos hemos renunciado a pensar que el arte, la poesía y
la música pueden ser hechos –y comprendidos- por todos.
Campal, con su defensa del conocimiento de la poesía, frente
a los postuladores del poeta romántico, subjetivo e
inspirado; Boso, con su insistencia en la absolutización y
concrección del lenguaje; y Castillejo, por su
investigación en los límites de la escritura, han
ampliado nuestro mundo, han enriquecido nuestra percepción y,
sobre todo, nos han mostrado la importancia de la libertad para
nuestras vidas. Donde otros pensaban que sólo había
vacío e insignificancia, ellos han levantado edificios
polisémicos. Donde la tradición aplicaba escalas de
valores vacíos, sin operatividad, basados tan sólo en
la autoridad y la tradición, ellos ayudaron a hacer tabla
rasa y empezando desde cero nos han legado nuevas escalas,
más eficaces y adaptadas a la experiencia de cada uno de
nosotros, y más acordes con nuestras necesidades.
El último objetivo, aunque sea en realidad el más
básico y el más importante de esta conferencia, es dar
ocasión a que ustedes se acerquen a los libros de estos
autores, algunos de los cuales están en la librería de
este Centro de Cultura Contemporánea que tan amistosamente
nos acoge. No soy fetichista, ni tiendo a primar la
cosificación. Prefiero, siempre que sea posible, el contacto
personal. Pero no nos engañemos: los libros tienen la
peculiaridad de comportarse como individuos autónomos; esto
es como personas que nos hablan y a la vez nos interrogan; que nos
iluminan y a la vez nos cuestionan. Por eso, también como las
personas, nos piden disponibilidad y apertura para que una
relación fructífera pueda iniciarse. Por otro lado,
las obras de Campal, Boso y Castillejo no son fáciles de
encontrar porque sufren el estigma de que no son comerciales
(estigma lanzado y mantenido por las mismas personas que impiden que
los medios de comunicación hablen de ellas, que se
comercialicen y den a conocer).
Para terminar, quiero referirme a mi propia experiencia individual,
personal e intransferible. Mi relación con cada uno de estos
escritores y con su obra ha sido peculiar, con una sola
coincidencia: su intensidad. No podría especificar ni
concretar en qué punto y en qué terrenos estas
personas han influido en mi forma de pensar, en mi forma de ver, en
mi disponibilidad ante los acontecimientos, en mi forma de vivir, en
suma. Pero sí puedo decir sin dudarlo que, de no haberlos
conocido, de no haber tenido ocasión de tratarlos y conocer
sus ideas y su trabajo, mi vida hubiera discurrido por derroteros
considerablemente distintos. Desde luego, no estaría hoy
aquí en Barcelona con todos ustedes hablando de ellos, y me
habría perdido, no lo duden, una experiencia muy
gratificante.
Versión corregida de la conferencia de mismo título,
pronunciada en el Centro de Cultura Conemporánea de
Barcelona, dentro de Proposta. Festival Internacional de
poesies+polipoesies el día 14 de diciembre del año
2.000.