NOTICIA DE JULIO CAMPAL EN EL XXX ANIVERSARIO DE SU MUERTE
Jose Luis Campal
[<] Poesía Experimental/Libros de Artista
Comunicación de José Luis Campal,presentada en el V
Encuentro Internacional de Editores Independientes (Punta
Umbría, 7-9 de mayo de 1998)
En este 1998 de “revival” regeneracionista y
conmemoración del desastre transoceánico, se cumplen
los treinta años sin Julio Campal, después de que el
19 de marzo de 1968 un síncope cardíaco sobrevenido, y
no un suicidio como maliciosamente se insinuó, pusiera fin en
la madrileña Clínica de la Concepción al
fructífero periplo del poeta uruguayo afincado en
España, quien constituye un imprescindible referente en el
despertar de la aletargada vanguardia española de avanzada
postguerra. Fue llamado por Narciso Sueyras «el creador de la
única vanguardia española de los últimos
años».Y es que Campal reanuda con lucidez el discurso
de exploración en las posibilidades innovadoras de las artes
conectadas entre sí, discurso interrumpido a mediados de la
década de los veinte y sólo tímidamente
recuperado por el Postismo. De Julio Campal dijo un crítico
que «tenía un sentido universal de la cultura que
en España se ha perdido después de la guerra
civil»; el propio Campal escribió en una de sus
últimas cartas que «ese sentido universal de la cultura
me parece normal en toda cultura que quiera serlo de verdad y no en
apariencia».
En los apenas seis años que permanezca en
España, Julio Campal activará con tal intensidad los
apetitos vanguardistas de los autores españoles que el
académico Gerardo Diego escribirá en la semblanza
necrológica publicada en el ABC del 15 de mayo de 1968 que
«la semilla de Julio Campal ha comenzado a multiplicarse y a
florecer. La poesía sigue, el arte sigue. Y él,
nuestro amigo, sigue viviendo entre nosotros, en nosotros, en la
obra de todos». Fruto inmediato de esta cosecha puede
considerarse al “Grupo N.O.”; no así a la “Cooperativa de
Producción Artística y Artesana”, que surge casi como
oposición interesada al trabajo de Campal y sus
colaboradores. Gerardo Diego encabezaría el cortejo
fúnebre de amigos que acudió a despedirle al
cementerio civil de Madrid el 22 de marzo de 1968 a las cuatro de la
tarde; y, además de presidirlo, participará, el 4 de
abril de 1968, en el primero de los homenajes póstumos que le
rindió a Campal el Instituto de Cultura Hispánica y en
el que se pudieron escuchar grabaciones magnetofónicas de
poemas de Julio Campal recitados con su propia voz. Al mes
siguiente, el jueves 9 de mayo de 1968, esas grabaciones
volverían a escucharse en el homenaje que
“Problemática 63” le tributará en las Juventudes
Musicales de Madrid, y en el que se estrenó el poema
fonético o “música hablada” de Fernando Millán
titulado Sónica I para Julio Campal.
Para hacer posible su empresa divulgadora, empresa pionera en
el desangelado espectro socio-político de una España
empobrecida culturalmente, Julio Campal se valió de los
más dispares foros y procedimientos a su alcance, no
ciñéndose a la mera expresión de un
espíritu transgresor, entrevisto únicamente a
través de expresiones minoritarias como son las revistas o
los manifiestos, y cuyo alcance, pensaba Campal, no sería
nunca determinante ni transpondría las limitaciones que el
ambiente artístico impone, y más en un país
como España que, por aquel entonces, no se abría
fácilmente a las nuevas técnicas de la
experimentación visual. El poeta Antonio Fernández
Molina trazó con precisión, en el mismo año de
la muerte de Campal, su dolorosa “travesía del desierto”
cuando dice: «Luchando con todas las dificultades
consiguió crear entre nosotros, cuando en general los poetas
estaban tan desinteresados en ello, un ambiente propicio para la
vanguardia. Trabajó con los medios que tuvo a mano,
aprovechando todas las ocasiones, sacrificándose hasta lo
heroico, para dar difusión a todo lo nuevo, para crear un
clima de interés por la actividad artística y
literaria».
Campal entiende que la vanguardia de su tiempo no debe ser un
rescoldo efímero o desdibujado del pasado, ya que para
él es algo muy parecido a una apuesta temeraria:
«Sentir que uno va delante, abriendo caminos en lo
desconocido, es una emoción grande, embriagadora, pero los
riesgos son mayores». Para Campal, vanguardia y progreso van
unidos: «La vanguardia —dice— representa un tipo de
sensibilidad que es necesario en toda sociedad bien constituida que
desea el progreso». La vanguardia no se restringe tampoco para
él a una suerte de literatura o arte rígidamente
concebidos, sino que es un compromiso con su tiempo, un
«trabajo dentro de la sociedad y dirigido a la
sociedad», según sus propias palabras. En uno de
los últimos actos públicos en que Campal intervino —en
la Casa de Cultura de Cuenca el 5 de marzo de 1968, con motivo de la
inauguración de una exposición de la escultora Elvira
Alfageme—, había dicho que «el público es tan
responsable como el artista del destino común del
arte», pensamiento que estaba ya presente en otra conferencia
suya de 1967 en Soria, donde dijo que «el arte de nuestro
tiempo se hará por la unión de todos nuestros
esfuerzos y nunca de forma individualizada».
Por ello, para desarrollar sus planteamientos y propuestas
estéticas, Julio Campal va a preferir la acción a la
retrospección, la conferencia al artículo, por ser
aquélla un instrumento más vivo y directo, aunque no
dejará de redactar notas artísticas ni de hacer
traducciones o escribir varias hojas y folletos volanderos como los
titulados: La poesía española actual (1965) y La
poesía contemporánea y su futuro (algunas reflexiones
sobre la misma)(1966). La elección de las conferencias como
método más idóneo para trasmitir su pensamiento
se apoyaba, por una parte, en su carácter afable y abierto,
muy receptivo y comunicativo, y por otra parte en el potente
apasionamiento con que acometía sus llamamientos y mensajes
renovadores, llegando a elevar el tono de su denuncia contra el
oficialismo autárquico cuando las discriminaciones resultaban
más que notorias. De tal modo que en poco tiempo fue un
solicitado conferenciante que recorrió la mitad norte de
España exponiendo las novedosas ideas. Generalmente,
solía acompañar sus disertaciones con la
presentación de revistas, poemas y grabaciones
fonográficas que ilustraban sus tesis.
Julio Campal no desprecia ninguna oportunidad a la hora de
compartir sus metas y ambiciones artísticas, en
público o en privado, ya sea en galerías y colegios
mayores, ya sea en tertulias, facultades o centros culturales; habla
en casi todas partes y con todos los jóvenes creadores que se
muestran dispuestos a escucharle, les abre caminos, comparte con
ellos sus intuiciones y proyectos, les promociona siempre que puede
dentro y fuera del país, les embarca en aventuras editoriales
y les proporciona información de toda clase que pueda
encaminarles a impensables cambios en el páramo cultural en
el que España se debatía. Campal tuvo, además,
la certidumbre de que, ante semejante panorama, lo primero que
había que hacer era crear un público que se mostrase
receptivo a las nuevas formas de expresión, y para ello
había que explicar mucho las cosas; por eso Campal quiere
«ofrecer un panorama de información seria, responsable
y experimentada sobre lo que está sucediendo en el
mundo».
Julio Campal, por lo que sabemos, llegó incluso a pasar
verdaderos apuros económicos durante su corta estancia entre
nosotros —al menos en los primeros momentos—, apuros que fueron
aliviando el socorro de amigos y de otros creadores más
favorecidos económicamente, así como las
remuneraciones que le dieron por algunas de sus charlas o la
dirección de alguna sala de arte, o los ingresos recibidos
por la venta de libros o las correcciones tipográficas que
realizó para la editorial Aguilar. Para salir de su
precariedad, nunca se planteó jalear a los detentadores del
poder cultural, y mucho menos monopolizar, en beneficio propio, sus
fuentes documentales. Lo que sí que reconoce Campal es su
aporte como correa transmisora de las nuevas ideas que ya circulaban
por Europa y América. Su enorme curiosidad le llevó a
mantener, sin reparar en esfuerzos, una activa correspondencia con
todos aquellos creadores de vanguardia nacionales e internacionales
de cuyo trabajo tuvo constancia, actuando de eficiente nexo entre
buena parte de ellos. Allí por donde pasó, Campal
tejió una red de relaciones artísticas inmejorable que
hizo factible el acceso al conocimiento y la práctica
experimental de creadores recién llegados.
Inquieto y perseverante, pero de una sagaz tenacidad, Campal
era consciente de que «la vanguardia no es la verdad, toda la
verdad y nada más que la verdad», de que en la
vanguardia también se habían alistado o infiltrado los
que sólo buscaban medrar. Julio Campal fue un agitador
convencido de la correcta dirección en que se movía y
un teórico incansable y animoso siempre, entregado por
completo a la difusión de las obras ajenas en detrimento del
cultivo y proyección de la suya propia. Cuando casi nadie
proclamaba la necesidad de una literatura de vanguardia, Campal se
arrogó esa tarea y nunca cejó en tan desbordante
empeño. Dirige toda su energía a vencer el recelo de
una realización cultural estancada que le da la espalda a la
modernidad. Pese a su voluntariosa predisposición, Julio
Campal no se libraría de alguna que otra fricción con
algún que otro compañero de viaje vanguardista, y ello
debido a las pretensiones personalistas de éstos
últimos, que querían aprovecharse de la labor de
Campal.
Ha sido la suya una figura lamentablemente sumida en el olvido
durante las últimas décadas; una figura que, con su
entusiasmo, su vocación de servicio desinteresado y sus
atildados y amplios conocimientos sobre la materia, emprendió
el restablecimiento de los pilares elementales que facilitaran un
renacimiento del aliento rupturista e investigador en las nuevas
promociones de creadores; un hombre que rescató para los
más jóvenes las señas intrínsecas de la
vanguardia histórica: del Futurismo al Surrealismo, pasando
por el Cubismo, el Dadaísmo o el Ultraísmo. Campal les
hizo ver que estos movimientos no estaban agotados y que era preciso
desarrollarlos y perfeccionarlos de acuerdo con las sensibilidades
contemporáneas.
Su quijotismo no le eximió de recibir de la
crítica oficial los varapalos más repugnantes y
agresivos, y por lo tanto injustificados, él que denigraba la
crítica como ataque personal, que clamaba porque el
intelectual y el crítico no estuvieran «a merced de las
presiones y las amenazas» y que anteponía a todo
«la verdad y la conducta moral honesta». Uno de los
detractores de Campal fue el crítico de arte Valeriano Bozal,
quien, al decir de Fernando Millán, estrecho colaborador de
Campal, «se merece una medalla por sus distintos planteos a
través de los años para descalificar a la
vanguardia». El mismo Millán encuentra una continuadora
de esta manía persecutoria en Victoria Combalía.
Recientemente, Millán nos ha recordado cómo a Campal
se le insultaba llamándole «indio» o
«sudaca cabrón». Los ataques, ahora más
sibilinos, continuaron incluso muerto el poeta con la
propalación del bulo de que se había quitado la vida,
infundio que sirvió para que la colección “Adonais” se
echara para atrás en la edición de un libro
recopilatorio de los versos tradicionales de Campal, una
antología acordada con el propio autor meses antes de su
muerte y que él había dejado preparada. La obra la
publicarían finalmente en 1971 sus antiguos compañeros
de aventura, con Fernando Millán a la cabeza, que fue quien
redactó la introducción y quien más ha
defendido la memoria de Julio Campal a lo largo de los
últimos treinta años. Pero, por insólito que
pueda parecer, los insultos, también le llovieron de personas
despechadas que habían compartido sus mismos ideales. Ignacio
Gómez de Liaño, en el colmo de la hipocresía,
llega a llamarle en 1979 «facha absoluto» y el pintor
Francisco José de Zabala escupe contra Campal su rencor
acusándole de ser un “vividor” que no tenía «ni
puñetera idea de nada», afirmaciones muy cercanas a una
especie de odio africano.
Frente a la brutal animadversión de que fue objeto,
Julio Campal nunca defendió sus tesis de manera violenta ni
con una arrogancia excluyente, por lo que los ataques que le
propinaron están fuera de toda lógica, aunque, por
otro lado, la reacción ante lo nuevo no acostumbra a ser
mesurada ni mucho menos pensada, algo que hoy, desgraciadamente,
continúa sucediendo. No me cabe duda de que, en mayor o menor
grado, buena parte de la feliz experimentación visual que
vendría después hubiera tenido muchas dificultades
para levantar el vuelo sin la generosa preparación previa
llevada a cabo, de modo totalmente altruista, por Campal, «un
latinoamericano —como ha escrito Julien Blaine— que sólo
pensaba en España [y que] organizó por todas partes
exposiciones sobre un nuevo decir», lo cual justifica que
Fernando Millán haya calificado su tarea como
«apostólica».
Julio Campal había nacido en Montevideo el 23 de julio
de 1933 y era el benjamín de una familia numerosa cuyos
padres, emigrantes asturianos, fallecieron siendo Campal
todavía niño, por lo que pasaron a ocuparse de su
educación unos tíos suyos que residían en la
Argentina. El carácter reservado de Campal ha impedido
arrojar mayor luz sobre estos momentos iniciales de su
biografía. De muy joven, lo localizamos viviendo en Buenos
Aires y relacionándose ya con grupos literarios y bohemios de
la capital, donde inicia su actividad poética; de este
período casi nada se sabe, salvo que debió estar
próximo a la revista Poesía de Buenos Aires, liderada
por Raúl Gustavo Aguirre. El hecho de que no adquiriera ni
siquiera la nacionalidad argentina, no hacía prever que entre
los planes de Campal estuviera el trasladarse a España, pero
razones de índole sentimental le debieron empujar a abandonar
la ciudad bonaerense.
Después de recalar unos meses en París —donde
contacta con el PCE en el exilio—, Julio Campal arribará a
España a finales de 1961 o principios de 1962. Aquí,
se relaciona con escritores comprometidos en la lucha antifranquista
y se integra en la sección madrileña de las Juventudes
Musicales, pues era un notable pianista, y muy pronto pasa a formar
parte del grupo “Problemática 63”, que él mismo crea
con otros artistas jóvenes; un colectivo dentro del cual
Campal desarrollará una parte importante (puede decirse que
hasta 1966-1967) de su labor divulgativa. “Problemática 63”
se definía como «círculo artístico
cultural» y tenía como elevada pretensión el dar
a conocer las manifestaciones artísticas de vanguardia en un
contexto tan poco propicio como el de nuestro esclerótico
país. El poeta experimental Alfonso López
Gradolí nos ofrece la siguiente imagen de Julio Campal en su
etapa española: «[Era] un hombre joven, que hablaba
suave, con mucho acento sudamericano, que les avisaba a los poetas
de juegos florales de las posibilidades de los ordenadores en la
creación de la obra poética».
Dentro de “Problemática 63”, Julio Campal se ocupa del
departamento literario, convoca los jueves unas reuniones semanales
para debatir sobre poesía contemporánea e interviene
en la edición de varios boletines a ciclostil (que, en un
primer momento, se llaman Problemática 62 para pasar
después, con el cambio de año, a denominarse
definitivamente Problemática 63) en los que se incluyen
textos hoy considerados como históricos o fundamentales, y se
involucra en la organización de un homenaje al inspirador del
Dadaísmo, Tristán Tzara. No será ésta la
única muestra de su afecto dadaísta, pues unos meses
antes de su muerte (el 28 de diciembre de 1967), Julio Campal vuelve
a intervenir en un homenaje a DADA en la galería “Seiquer”,
de Madrid, acto en el que disertó sobre La influencia y
significación internacional de DADA, referido muy
especialmente a España.
En su empeño en estos primeros años por analizar
y difundir los principales movimientos renovadores del Modernismo al
Surrealismo, Campal coordina y participa en varios seminarios
cruciales como fueron: De Mallarmé a nuestros días
(curso 1962-1963), Orígenes de la poesía actual (curso
1963-1964) y La poesía actual de Europa y América
(curso 1964-1965), éstas dos últimas patrocinadas por
la revista Aulas. Es el momento (1964-1965) en que, además de
colaborar con Aulas, también se encarga de la
dirección de su sección poética, donde se van a
traducir fragmentariamente los manifiestos futurista y surrealista,
así como poemas de Mallarmé o Apollinaire, o
documentos y escritos expresionistas y dadaístas; y en la que
verán la luz las primeras manifestaciones en España de
poesía concreta. Aulas no fue la única
publicación detrás de la que se sintió el
talante emprendedor de Campal como activista cultural, pues el mismo
año de su fallecimiento impulsó, tal y como se
declaró en una necrológica soriana, la creación
de una nueva revista dedicada a la poesía concreta, cuyo
primer número debería haber salido en abril de 1968.
Coincidiendo con la entrada en “Problemática 63”, en la
primavera de 1965, de Fernando Millán y, poco después,
de Ignacio Gómez de Liaño, cuyo papel en el colectivo
se ha sobredimensionado inexplicablemente, la actividad
teórica y creativa de Julio Campal va a reorientarse y
hundirse con mayor firmeza en las corrientes de vanguardia
más actuales, en el presente más o menos inmediato,
así como en el encuentro e interacción de todas las
artes, en la disolución de fronteras estéticas que
constriñen al acto creador. Piensa Campal que la
poesía de vanguardia «trabaja en zonas fronterizas con
las otras artes, pero éstas (pintura o música) no son
más que elementos de lo literario, medios de expresión
diferentes al del articulado lenguaje fonético y
escrito». La incorporación y fusión de distintos
códigos no le causa extrañeza a Campal, pues, como
él mismo afirma, «el hombre había utilizado
anteriormente otros lenguajes y probablemente creará nuevos
medios de expresión».
Julio Campal se centrará, entonces, en el letrismo de
Isidore Isou, la poesía concreta y el espacialismo del
francés Pierre Garnier, a los cuales ya había prestado
atención en sus conferencias. El concretismo lo
presentó el poeta suizo-boliviano Eugenio Gomringer en su
libro Las constelaciones, y los autores brasileños lo
cultivaron y potenciaron desde la revista Noigrandes, siendo
decisivos para su conocimiento en España los artículos
publicados por Ángel Crespo. El concretismo era, para Campal,
«poesía para ver o sentir, [una poesía que]
utiliza el espacio en blanco en su valor plástico y
rítmico empleando las tensiones y las vibraciones que las
palabras juegan en ese espacio», y que, frente a la
poesía tradicional, buscaba «una comunicación
esencial que [rebasara] las peculiaridades lingüísticas
nacionales». En este particular, no le eran ajenas a Campal,
como ha subrayado últimamente Fernando Millán, las
teorías existentes acerca de la psicología de la
forma.
Los contactos que Campal inicia, a finales de 1964, con el
poeta vasco Enrique Uribe desembocarán en la
organización conjunta, con la ayuda de los pintores
bilbaínos Isabel Krutiwig e Ignacio Urrutia, de la primera
muestra que se hacía en España de poesía
concreta, inaugurada el 27 de enero de 1965 en la galería
“Grises”, de Bilbao. Uribe sería, además, el primer
poeta español en publicar un poema concreto en el suplemento
literario del diario londinense Times, en su número del 3 de
septiembre de 1964; este mismo autor había publicado, el
año anterior, otro poema espacial en la revista francesa Les
Lettres. La exposición, titulada escuetamente Poesía
concreta, fue ambientada con música concreta y
electrónica, y duró una semana; en ella participaron
16 poetas de 9 países (Alemania, Brasil, España,
Checoslovaquia, Escocia, Francia, Holanda, Inglaterra y
Japón), entre los que se encontraban dos españoles
(Uribe y Ángel Crespo) y los principales representantes del
núcleo brasileño: Augusto y Haroldo de Campos y
Décio Pignatari, quienes habían firmado en 1958 el
Plano-piloto para la poesía concreta. El primer día de
la exposición, Julio Campal pronunció una conferencia
titulada Poesía concreta, poesía de vanguardia y
poesía española contemporánea para «mejor
comprensión de este interesante movimiento», como
escribiría al día siguiente en su crónica un
periodista del diario El Correo Español-El Pueblo Vasco.
Tras un proyecto de exposición similar en Pamplona que
no cuajó, a esta primera iniciativa, le seguirá en ese
mismo año de 1965 otra exposición comisariada por
Julio Campal: la titulada Poesía visual, fónica,
espacial y concreta. Al igual que en la de Bilbao, contó con
una charla de Campal el día de su apertura y no faltó
la ambientación musical “ad hoc” durante las dos horas
diarias de visita. Acogida en Zaragoza por la Sociedad “Dante
Alighieri” y la “Oficina de Poesía Internacional” que
dirigía el inquieto poeta Miguel Labordeta —prematuramente
desaparecido—, permaneció abierta del 18 al 24 de
noviembre, y reunió obra de 22 autores, nómina
en la que volvían a encontrarse la mayoría de los
congregados en la de “Grises”, y entre los que no faltaban E. M. de
Melo e Castro y los hermanos de Campos.
1966 va a ser un año importante en las tareas
divulgativas de Julio Campal, porque, por un lado, consigue
organizar, con una decisiva afluencia de público, una gran
exposición en Madrid tras las picas en Flandes colocadas con
los ejemplos precedentes de Bilbao y Zaragoza; y por otra parte,
porque es nombrado director artístico de la galería
donostiarra “Barandiarán”, con lo que mudará
provisionalmente su residencia a San Sebastián. Es el
año, además, en que Ignacio Gómez de
Liaño abandona “Problemática 63”, aduciendo cortapisas
en su libertad para expresarse y acusando a Campal de ser «muy
absorbente y [de encantarle] atribuirse el liderazgo», cuando
había sido Gómez de Liaño quien, precisamente,
había protagonizado episodios de suplantación y de no
menguado desagradecimiento al hacer como suyos los méritos
del colectivo; a su marcha de “Problemática 63”, Gómez
de Liaño funda la “Cooperativa de Producción
Artística y Artesana”, que no tardará en disolverse.
Del 8 al 21 de junio monta en la prestigiosa galería
madrileña de Juana Mordó una Exposición
internacional de poesía de vanguardia, donde recoge unas 80
piezas entre carteles-poema, poemas semióticos, objetos
poéticos, openings y móviles, que ilustraban,
según se lee en el tríptico o programa de mano de la
exposición, las tendencias: concreta, espacial,
cinética, semiótica y experimental. Al lado de poetas
españoles como Uribe, Millán, Gómez de
Liaño, Pilar Gómez Bedate o Blanca Calparsoro,
hallamos, entre otros nombres relevantes, a Julien Blaine, Eugenio
Gomringer, Antonio Aragão, Adriano Spatola, Henri Chopin,
Jiri Kolar, Kurt Schwitters o el mismo Campal. Como complemento de
la muestra, del 17 al 19 de junio, se programaron unas audiciones de
poesía fonética. En la conferencia inaugural de Julio
Campal, se defendió por parte del uruguayo que no
había quiebra alguna entre tradición y vanguardia;
Campal dijo que más que «negación», se
trataba de «extensión y expansión», ya que
opina que «la poesía moderna es el resultado y la
lógica consecuencia de un largo proceso de evolución
de la poesía de todos los tiempos». En el texto que
redactó para el breve catálogo, indica incluso
que «el affiche, los anuncios radiados o televisados, la
arquitectura, el cine se [ven] cada vez más determinados por
los nuevos hallazgos poéticos». La buena
predisposición de la galerista Juana Mordó para con
las nuevas tendencias redundaría en el apoyo que
manifestará a futuros proyectos colectivos de Campal.
En mayo de 1966, Julio Campal había comenzado a dirigir
la sala de arte “Barandiarán”, de San Sebastián. No
era la suya una concepción al uso de la función que se
le suele reservar a una galería. Su objetivo, según
declaró, era «ir más allá de la idea de
galería comercial, hacia un sentido industrial, social,
amplio del diseño, aplicable en cualquier caso a productos
extraartísticos de validez estética y de
aprovechamiento social». No será ésta su
única experiencia gestora, pues, al año siguiente y
por espacio de cuatro meses (julio-noviembre), ostentará la
dirección artística de la galería
madrileña “Iolas-Velasco”.
Desde “Barandiarán” organizará, en el verano y
el otoño, dos importantes eventos: la Semana de poesía
concreta y espacial, inaugurada el 18 de agosto de 1966, y, en el
mes de septiembre, la Semana [de] poesía de vanguardia. Julio
Campal ofreció en la primera, como él mismo afirma, un
balance de «las escuelas de vanguardia que más atienden
a la estructura interna y a la fuerza semántica de la
palabra, letra o collage de letras, o signo vibrando en el
espacio». En la exposición se daban cita obras de 43
autores, entre los que destacaban, además de los mencionados
a propósito de la exposición de “Juana Mordó”,
los nombres de Franz Mon, Pierre Garnier o Ferdinad Kriwet. Para la
segunda semana recogió «las muestras de movimientos de
vanguardia posteriores a la poesía concreta y espacial: obras
de poetas cinéticos, semióticos, experimentales,
independientes, materialistas». En ambas semanas se pudieron
escuchar poemas fonéticos y en la segunda se proyectó
por vez primera la película fonética Peche de nuit
(elaborada por el poeta Henri Chopin, el pintor Luc Peire y el
cineasta Terj Wick), que Julio Campal volverá a presentar en
Bilbao, Vitoria y, en 1967, en la Asociación Iberoamericana
de Madrid.
Durante 1967, Campal prosigue con sus conferencias: lo
encontramos, por ejemplo, en febrero-marzo en la madrileña
Facultad de Filosofía y Letras en un seminario sobre
poesía de vanguardia; en Soria, pronunciando una charla en
abril sobre Poesía de vanguardia; o en noviembre en las
madrileñas “Tertulia Hispanomaericana” y “Tertulia Plaza
Mayor”. Al mismo tiempo, Campal continúa buscando mecenas
para montar un centro de investigación y
experimentación estética; e intenta organizar a gran
escala dos exposiciones de poesía experimental (una con el
Ministerio de Información y Turismo, y otra con el Instituto
Alemán), pero desiste por insuperables diferencias de
criterios.
Es el año también en que comienza una más
que sugerente colaboración con el escultor abstracto Eusebio
Sempere y el compositor Cristóbal Halffter para realizar una
escultura-máquina con música electrónica y
poesía concreta, una obra de cierto coste que se
ubicaría en el hall de la sede en Madrid de la multinacional
IBM. Según declararía en diciembre de 1967 Sempere,
«la escultura estará compuesta por un módulo
repetido hasta un tamaño conveniente y estos elementos
serán móviles. Es posible que tenga un ciclo de
acción y en este ciclo intervendrá el sonido
electrónico y un recorrido histórico y breve de la
poesía concreta para surgir enseguida los últimos
hallazgos de la poesía semántica». Fernando
Millán nos ha especificado más los pormenores del
proyecto cibernético: «La idea era fundamentalmente que
la máquina respondiera a las incitaciones, que en
función de que alguien pasara cerca o le hablara, empezara a
funcionar mediante unos programas proyectando imágenes, con
pantallas que reproducirían otras, produciría poemas y
sonidos, y al mismo tiempo las pantallas responderían a las
solicitudes del proceso hechas a través de un teclado».
Lamentablemente, el proyecto no pasó de su fase inicial, a lo
cual tal vez contribuyó indirectamente la inesperada
desaparición de Campal, motor inexcusable de la
mayoría de las empresas que emprendía o en las que
participaba.
Este caudal de iniciativas prometedoras e imparables se
truncaría, como he dicho, de un modo fatalista el 19 de marzo
de 1968 con la muerte de Julio Campal hacia la medianoche,
después de ser víctima de «un accidente que ha
contribuido a la dimensión legendaria de su figura»,
como dice Antonio Fernández Molina, y que José Antonio
Sarmiento, unas décadas más tarde, ha descrito
justamente como «desgraciado accidente casero»,
provocado por el funcionamiento de una estufa de gas butano que
Campal tenía en una habitación de muy reducidas
dimensiones y que se olvidó de apagar cuando se
acostó; este despiste le costaría la vida:
sufriría una intoxicación de monóxido de
carbono, a consecuencia de lo que quedó en estado comatoso y
fue hospitalizado, aunque su muerte tuvo su causa última en
un complicación cardíaca.
La mala costumbre hispánica de dar mayor crédito
a los rumores insidiosos, extendió la idea de que se
había suicidado, sumándose a esta insostenible tesis
el rencor de Francisco José de Zabala, quien, en su delirio,
llega a decir que fueron los propios colaboradores de Campal los que
se inventaron «el cuento del suicidio para sacarle más
tajada al asunto». Hay que mencionar que Julio Campal se
había labrado cierta fama de suicida por su tendencia
depresiva, producto de un caracter apasionado, y por un episodio que
le acaeció en Mallorca cuando se cayó de un barco en
plena travesía mediterránea. Es probable que
también ayudaran a la conjetura del suicidio las alarmadas
declaraciones de su pareja cuando le encontró inconsciente a
la mañana siguiente.
El poeta Nicolás del Hierro, después de decir
en un artículo necrológico de marzo de 1968 que
«ha sido el gas tu muerte» indica con prudencia, aunque
sin avalarla, la hipótesis que circula: «Alguien habla
de suicidio». Pero la desinformación, por llamarla de
alguna forma, ha continuado hasta bien recientemente. Todavía
en 1992, Juan José Lanz nos dice que «se arrojó
por una ventana» y Rosa María Pereda insiste en que
«murió por propia voluntad»; ambos estudiosos,
entre otros muchos, parecen desconocer, si no es que lo hacen
aposta, aclaraciones como la que, inequívocamente, se expone
en la carta abierta titulada Estimado amigo, fechada en mayo de 1968
y redactada por Juan Carlos Aberasturi, Jokin Díez, Enrique
Uribe, Jesús García Sánchez y Fernando
Millán —componentes todos ellos de “Problemática 63” y
miembros fundacionales del “Grupo N.O.”— para salir al paso de
semejante contaminación y distorsión del luctuoso
hecho. Califican el fallecimiento de Campal como «muerte tan
repentina como absurda», situándose en la misma
órbita que Gerardo Diego cuando dice que Julio Campal
«ha muerto súbitamente, increíblemente».
Fernando Millán, por su lado, no se cansará de repetir
que la falsedad de la tesis del suicidio se sustenta en «el
dictamen del forense, del juez y de las circunstancias que fueron
causa de un internamiento de más de ocho horas en el
hospital». La hipótesis maledicente del suicidio se
desmonta por sí sola, porque la agenda de Julio Campal nunca
se detuvo; el mismo mes de su fallecimiento fue especialmente
activa, con cuatro conferencias sobre poesía y teatro de
vanguardia en Cuenca y en el Teatro Estudio de Madrid, la
última de ellas tan sólo 5 días antes del
deceso.
Los firmantes de Estimado amigo van a reivindicar la
paternidad de Julio Campal en la organización de las
exposiciones, de la que algún miembro de “Problemática
63” quiso apropiarse. Los firmantes se comprometían,
asimismo, a difundir la obra inédita de Julio Campal, a
promover el trabajo en equipo de artistas de diferentes campos y a
continuar con la labor divulgativa iniciada por Campal, lo que
demuestra que los desvelos del uruguayo no fueron inútiles.
En el verano de 1971 la editorial “Parnaso 70” publicó, bajo
el título genérico de Poemas, y como nº 1 de su
colección “Lentes de contacto”, la obra discursiva o
tradicional de Julio Campal que éste había dispuesto
antes de su muerte, y en la que agrupaba poemas escritos hasta 1965
bajo el magisterio de Cesar Vallejo o Vicente Huidobro. Algunos de
estos poemas se traducirían luego al francés, italiano
o alemán. En el libro se incluyen 3 poemas móviles,
que es lo más vanguardista del conjunto, y en los que un
poema embrionario va dando lugar a otros mediante la
permutación de sus componentes; son el resultado de una
reflexión verbal sobre las posibilidades del lenguaje
literario, una forma renovadora de enfrentarse a la
construcción del poema y que ya anuncia sus posteriores
derroteros, lo que Campal llamó «poesía
caligráfica» o «caligramas», pero que se
distinguen de los de Apollinaire en que se basan en los efectos de
la escritura manual no-cifrada, en una escritura de planteamientos
plásticos que se yuxtapone, incardina o enfrenta a la
escritura tipográfica o a otras variedades de escritura, pero
que no son caligramas que pretendan, como en el caso del poeta
francés, la creación de figuras visuales mediante la
ingeniosa colocación de las palabras o los versos. Entre los
meses finales de 1967 y los tres primeros de 1968, Campal se
había entregado a una frenética actividad creadora
ayudado, entre otros útiles, por un oscilógrafo. En
estas piezas finales se observa una maduración en recursos y
planteamientos que la muerte le impediría desarrollar.
Tales prácticas «caligráficas»
fueron recopiladas por vez primera en 1969 en una carpeta de
edición limitada a 40 ejemplares, titulada Caligramas y
publicada por la escultora madrileña Elvira Alfageme —con la
que Campal mantenía una relación sentimental—, donde
aparecen (junto con otros discursivos de circunstancias) 13 de sus
poemas caligráficos precedidos de un prólogo escrito
por Alfageme. Se dijo que Campal era el único poeta que
había creado poemas después de muerto, pues para la
carpeta se habían utilizado páginas de
periódico del año 69.
El mismo año de la muerte de Julio Campal, aparecen
varias de sus composiciones visuales en una antología sobre
poesía concreta internacional publicada en la revista de la
Universidad norteamericana de Indiana Hispanic Arts. Algunos de
estos poemas «caligramáticos» de Julio Campal
serán recuperados en diversas antologías de
poesía experimental, como fue el caso de la preparada en 1972
por Ignacio Gómez de Liaño y Felipe Boso para el
nº 4 de la revista alemana Akzente; o como la titulada La
escritura en libertad, que estuvo al cuidado de Jesús
García Sánchez y Fernando Millán, publicada en
1975 por Alianza Editorial, y que, por lo demás, está
dedicada a Julio Campal (antes de su muerte, él había
barajado la realización de algo semejante). O como
ocurrió en las selecciones preparadas en 1982 por José
Antonio Sarmiento para la revista francesa Doc(k)s y la
española Doña Berta, y en las antologías que,
en los años 70-80, proliferan en España sobre las
manifestaciones de vanguardia; ahí están, por ejemplo,
las muestras de Alfonso López-Gradolí para las
revistas Fablas (1971) y Avanzada (1972).
La obra experimental de Julio Campal también ha estado
presente en varias exposiciones celebradas con posterioridad a su
muerte como, por ejemplo, en la Exposición de Poesía
Visual, de Zaragoza, en 1969; en la Exposición Internacional
de Vanguardia, de la madrileña galería “Danae”,
en 1970; en los Encuentros de Pamplona, en 1973; en la
Exposición de Poesía Experimental, celebrada en Cuenca
en 1974; o en la exposición de la Casa de España en
París.
Han tenido que transcurrir treinta años para que
apareciese (abril de 1998) una nueva colección de poemas
caligráficos, inéditos y en color, de Julio Campal —7
Caligramas (Colmenar Viejo-Madrid, Información y Producciones
S.L., 1998)—, edición primorosa y reveladora debida
nuevamente al mimo generoso de Fernando Millán. Ello ha
coincidido con la inclusión de un caligrama inédito de
Campal en el nº 4-5 (marzo de 1998) de la revista zaragozana El
pelo de la rana, un nº de homenaje a Antonio Fernández
Molina.
Treinta años sin Julio Campal bien merecían esta
modesta reposición de su activismo, tan beneficioso como
desintoxicante; reposición, a fin de cuentas, de una conducta
tan ejemplar como decididamente “anormal”. Era una deuda de gratitud
para con quien nunca pidió, ni mucho menos exigió,
réditos.